En España estamos asistiendo a dos reformas educativas simultaneas
a falta de una. Por un lado está la LOMCE y por otra, una corriente o
movimiento denominado genéricamente como “innovación educativa” que avanza progresivamente desde la base del
sistema educativo.
La LOMCE se encuentra con el eterno problema de cualquier reforma
impuesta desde arriba: las resistencias al cambio y la desconfianza en que
dicha transformación produzca alguna mejora en los resultados. Se suma en esta
ocasión la amenaza de ser una ley de corto recorrido dado que ya está avisado
que un posible cambio de gobierno daría marcha atrás con lo que se hubiera
iniciado, lo que provoca que quienes tienen que implementar la reforma vayan
con el freno pisado.
Por su parte, un grupo cada vez creciente de profesores están
llevando a cabo reformas pedagógicas y metodológicas dentro de un marco no
demasiado flexible, pero que permite iniciativas interesantes. En esta línea
muchos colegios están apostando por la implantación del modelo de Inteligencias
Múltiples, el aprendizaje por proyectos o el método cooperativo.
Aquellos colegios que llevan más tiempo en este cambio innovador y
que lo han implementado de manera estratégica, sin más presiones que el propio
interés de ofrecer a los alumnos la mejor educación posible para el siglo XXI,
están consiguiendo resultados espectaculares, convirtiéndose en abanderados de
este movimiento.
En el lado institucional evidenciamos que las diferentes reformas
educativas que ha tenido este país no han supuesto ninguna mejora sino todo lo
contrario, a la vista de los resultados de abandono y fracaso escolar. No hay
que alarmarse. Es lo que se puede esperar de una ley hecha en los despachos y
no a pie de aula y sin consenso político. Se obedece a los mandatos
ministeriales pero, obviamente, falta la pasión que hace que cualquier proyecto
triunfe.
Veo colegios subiéndose al carro de la innovación educativa desde
el nerviosismo de directores/as por no quedarse atrás o no estar a la moda de
lo que han iniciado sus competidores. Equipos directivos que después de un
curso de 8 horas sobre pedagogías emergentes retornan a sus centros como si de
Moisés bajando del Sinaí se tratara, con el rostro iluminado y espoleando a sus
profesores a iniciar cuanto antes estos métodos sin evaluar sus recursos,
preparación y consecuencias. En definitiva, la casa por el tejado, pero eso sí,
que en la página web aparezca que estamos ya en la vanguardia de la innovación.
El mismo nerviosismo que se observaba hace unos años con los
sellos de calidad en los centros. Todo el mundo buscando la acreditación para
ser un centro de calidad, que demostró con el tiempo que era una calidad sobre
el papel para ser avalados ante los padres, pero que no siempre buscaba la
verdadera calidad, la de la formación de los alumnos, dado que los resultados
de los centros “de alta calidad” están siendo semejantes a los tiempos
anteriores al sello. ¡ Y cuantos profesores se quemaron de tanto rellenar
informes!
Es imprescindible para acometer cualquier cambio, saber cuál es el
cambio que se quiere conseguir y entonces planear la estrategia adecuada, no
hacerlo a lo loco. Y para ello
disponemos de herramientas eficaces, algunas de ellas forman parte de esta
misma innovación educativa. El coaching educativo o el design thinking son
modos de trabajo diseñados precisamente para obtener este tipo de resultados,
ya que nos enseñan a planear estrategias y a hacerlo de modo creativo. Y sobre
todo, sin prisa, midiendo estratégicamente los tiempos para que se alcance bien
el resultado y disfrutando del proceso.
La reforma educativa que necesitan nuestros hijos tiene que ser un
proyecto que nos apasione porque creamos en él. Por eso no resultará si viene
impuesta de arriba o si se hace de manera atropellada. Es preciso que se
planifique como se planifica una larga marcha, por etapas y en función de las
fuerzas, para que el camino sea parte también de la meta.
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